• 27 diciembre, 2022

¿Importa la estatura en política?

¿Importa la estatura en política?

Rishi Sunak, Lula da Silva, Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Volodimir Zelenski o incluso Vladimir Putin tienen menos estatura que la media, una característica que, pese a no ser relevante ni en su desempeño ni en sus campañas, sigue despertando viejas ideas de masculinidad en sus expertos en comunicación.

Ya lo dijo uno de sus biógrafos, Emil Ludwig: a Napoleón Bonaparte le perjudicó su tendencia a rodearse de hombres muy altos. El estratega corso aparecía en púbico rodeado por los granaderos de su guardia imperial, auténticos bigardos, y eso hacía que, por contraste, él pareciese menudo y rechoncho. No lo era. Una correcta interpretación de los datos de su autopsia revela que al morir medía, según el sistema métrico francés de 1812, “cinco pies, dos pulgadas y cuatro líneas”. Es decir, el equivalente a 169 centímetros, cinco por encima de la media de los franceses de su época.

Pese a todo, un par de siglos después se sigue insistiendo en mostrarlo como lo describía el caricaturista británico James Gillray, “ceñudo y chaparro”. Incluso se le atribuye un complejo de inferioridad específico, el llamado síndrome napoleónico, causado por la falta de centímetros y que explicaría su carácter agresivo, narcisista y suspicaz.

Hace unos días, el periodista australiano Tom Gara habría un hilo en Twitter dedicado a la corta estatura de una nueva hornada de líderes políticos europeos que a duras penas alcanzan el (hoy por debajo de la media) 1,70. Con la entrada del primer ministro británico Rishi Sunak (1,69) en el club del que ya formaban parte Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Volodimir Zelenski o Vladimir Putin, según sentenciaba Gara en tono jocoso, “se consolida una concentración de poder político en manos de hombres bajitos sin precedentes en la historia de Europa”.

“Estamos entrando en una nueva era napoleónica”, proclamaba uno de los interlocutores de Gara en Twitter. “Hay precedentes”, aclaraba otro. “Ahí estaban no hace mucho Hollande, Sarkozy, Berlusconi y Merkel, también diminutos, aunque puede que un poco menos que los de ahora”. “¿Qué tendrá que ver la estatura con la capacidad de gestión?”, remataba otro tuitero en un alarde de sensatez encomiable, pero un tanto fuera de contexto. Al día siguiente, el autor del hilo se veía “obligado” a aclarar que “según apuntan varias fuentes”, Macron mide en realidad 1,73, lo que “tal vez” le excluye de esa nueva élite de “reyes cortos de talla”.

El napoleónico global

El caso es que el fenómeno europeo detectado por Gara está conociendo también réplicas a nivel global. El pasado domingo, Lula da Silva, cuyo 1,67 le sitúa ocho centímetros por debajo de la estatura media de su país, ganaba las elecciones presidenciales brasileñas y trasladaba así a América Latina ese extraño síndrome de los liderazgos de estatura menguante. Su rival, Jair Bolsonaro, mide unos 185 centímetros no del todo frecuentes entre los brasileños de su generación (nació en 1955).

También en Chile el magro 1,71 de Gabriel Boric se impuso hace unos meses al un poco más holgado 1,76 de José Antonio Kast. Incluso Donald Trump, con su 1,91, podría atribuir su derrota de hace dos años al creciente rechazo por parte de los electores del exceso de estatura: Joe Biden mide nueve centímetros menos que él.

Todo apunta, pese a todo, a que el estadista en ejercicio de menor estatura es un hombre de otra generación, el presidente de la República de Irlanda, Michael D. Higgins, que al acceder al cargo en 2011 medía 1,63 y ahora, a sus 81 años, debe haber “menguado dos o tres más”, según reconocía con humor en una entrevista reciente. Ya no conserva el cargo el que medios como The Guardian consideran el jerarca de menor estatura de la historia reciente, el presidente de la República Islámica de Irán Mahmud Ahmadineyad, que a duras penas alcanza los cinco pies y dos pulgadas, es decir, 157 centímetros. The Guardian destaca también que, en sus ocho años de mandato, entre 2005 y 2013, Ahmadineyad coincidió en la palestra con mandatarios de exigua estatura como Nicolas Sarkozy (1,66), François Hollande (1,70), Dimitri Medvedev (1,63), Silvio Berlusconi (1,65), Vladimir Putin (1,70) o Kim Jong-un (1,61), pero también con hombres con altura por encima de la media, como Barack Obama (1,85), Tony Blair (1,83) o Recep Tayip Erdogan (1,85).

En un artículo en la revista Grazia, Lydia Spencer-Elliot da por muerta y enterrada la “primavera de los reyes bajitos”. En su opinión, resultaba esperanzador que hombres cortos de talla como el actor Tom Holland o Volodimir Zelenski hubiesen propuesto “un nuevo modelo de masculinidad más gentil, amable e inclusivo” vinculado a la baja estatura. Pero Rishi Sunak ha venido, en su opinión, a romper ese idilio recordándole a los británicos que “un hombre por debajo de la media puede ser cómplice en la vergonzosa estigmatización de los bajitos recurriendo a los absurdos trucos de siempre: ángulos de cámara imposibles, posar de pie cuando los otros están sentados o llevar unas alzas escondidas en sus impecables pantalones de 1.300 libras”.

Spencer-Elliot concluye que “hay múltiples detalles en Rishi Sunak que resultan criticables, pero, en contra de lo que él mismo parece asumir, su estatura no es en absoluta una de ellas”. De hecho, el epítome de político conservador y padre de la patria británica, Winston Churchill, era, con su 1,68, apenas un centímetro más alto que Sunak. Y uno menos que Napoleón.

Alzas, contrapicados y corbatas cortas

Para Jorge Francisco Santiago, director del Máster Asesoramiento de Imagen y Consultoría Política de la Universidad Camilo José Cela, no existe una correlación significativa entre “centímetros y éxito político”. Sí que existen, indudablemente, “una serie de percepciones sociales o generalizaciones abusivas más o menos arraigadas” que tienden “a asociar altura con virilidad o atribuir un extra de ambición, agresividad o astucia a los hombres bajitos”. Pero Santiago considera que “no ganan o pierden elecciones, porque la inmensa mayoría de los ciudadanos entienden algo tan elemental como que la competencia política, la honradez o incluso esa capacidad de conexión empática que llamamos carisma no dependen de algo tan superficial como la estatura”.

Pese a todo, un asesor político tendrá siempre en cuenta “cualquier característica no habitual de los políticos a los que asesora”. En comunicación política se parte de la base de que “comunicamos las 24 horas del día y, en momentos puntuales, también abrimos la boca”. Ese necesario énfasis en la comunicación no verbal, especialmente importante “en debates y actos de campaña”, hace que se eche mano de recursos para contrarrestar un déficit de altura significativo: “En los debates televisados en concreto, los jefes de campaña y asesores de imagen luchan a brazo partido para pactar condiciones tan favorables a su candidato como sea posible, de ahí que se discute si están de pie a sentados, las características, altura y dimensiones de los podios o atriles, la disposición de los sillones…”.

Son detalles “tal vez no cruciales”, pero sí importantes desde el punto de vista se la estrategia y la comunicación política, como se puso de manifiesto en las recientes elecciones brasileñas: “A Bolsonaro le interesaba acercarse a Lula da Silva, incluso buscar un cierto contacto físico, para evidenciar la diferencia de estatura y reforzar así su imagen de hombre enérgico, decidido y poderoso”. Lula lo rehuía en todo momento “con el instinto del político experimentado, que se conoce bien y ha adquirido la costumbre de esquivar cualquier imagen que pueda perjudicarle”.

Algo similar ocurre con las imágenes de campaña que difunden los partidos políticos: “Cuando en los vídeos o en la cartelería electoral veo un predominio de imágenes en contrapicado ya intuyo que lo más probable es que el candidato tenga una estatura por debajo de la media, porque ese es uno de los recursos más habituales para disimularlo”. También “el uso de ropa ceñida o corbatas más cortas”.

De Bush Jr. a Sarkozy

A Santiago le vienen a la mente campañas en que este tipo de estrategias se utilizaron de manera muy sistemática, como en las presidenciales estadounidenses de 2004, que enfrentaron a un hombre de estatura algo por encima de la media, George W. Bush (1,81) con otro bastante más alto, John Kerry (1,91): “Los asesores de Bush hicieron un esfuerzo ímprobo para que esta diferencia no resultase tan evidente, en un contexto en que el candidato republicano quería dar una imagen de fortaleza y energía en consonancia con su política internacional agresiva”. Tal y como recuerda el experto, “encontraron una inesperada ayuda en el lenguaje corporal de John Kerry, uno de esos hombres altos con tendencia a encorvarse para no dar la sensación de abusar de su estatura, en un inconsciente gesto de humidad mal entendida que, en mi opinión, le perjudicaba, porque le hacía parecer algo torpe e incómodo en su propia piel”.

La falta de altura también fue un factor “que se tuvo muy en cuenta, a todos los niveles”, en las presidenciales francesas de 207, que enfrentaron a Nicolas Sarkozy, “un hombre bajito”, con Segolène Royal (1,71), “una mujer de estatura por encima de la media”. Para complicar la situación, Sarkozy tenía una pareja, la cantante y modelo turinesa Carla Bruni, unos diez centímetros más alta que él, una diferencia que “hoy se procesa a nivel social con naturalidad creciente, pero entonces no tanto”. El candidato conservador proyectaba, además, una imagen napoleónica, de hombre “que pretendía encarnar unos determinados valores masculinos y para el que la falta de estatura podía resultar mortificante”.

Sarkozy se impuso en aquellas elecciones, pero “a diferencia de Hollande o Macron, no consiguió neutralizar del todo la cuestión de la estatura, tal vez también porque trascendieron detalles anecdóticos que hicieron correr ríos de tinta, como su tendencia a llevar alzas”. Incluso años después, apartado ya del cargo, Sarkozy posó junto a Bruni para la portada de Paris Match subido al primer peldaño de una escalera, de manera que la coronilla de ella quedase a la altura de la babilla de él, lo que motivó chanzas en las redes sociales como la frase: “¿A qué edad dejan de crecer los hombres en Francia?”.

En opinión de Santiago, “cualquier característica potencialmente problemática, como una estatura muy por encima o muy por debajo de la media, un exceso de timidez o una falta relativa de atractivo físico convencional es un reto desde el punto de vista de la imagen, pero se puede contrarrestar con naturalidad, con actitud y con inteligencia”. Incluso el estereotipo napoleónico puede combatirse de manera eficaz y convertirse en una ventaja: “Esa especie de prejuicio tiene dos posibles lecturas. Por un lado, la percepción de que implica un cierto complejo de inferioridad y, en consecuencia, algo de resentimiento. Pero, por otro lado, la de que una persona cuya estatura está por debajo de la media ha tenido que esforzarse más por demostrar su valía, por proyectar su personalidad de manera más eficaz y dotarse de cualidades que potencien su atractivo”. Eso, de alguna manera, “funcionó con Sarkozy y no sé si está funcionando con esta nueva generación de bajitos carismáticos, la de Scholz o Sunak”. Si Napoleón se presentase a unas elecciones en la actual Europa democrática, es más que probable que evitase aparecer en público rodeado de guardaespaldas con estaturas de pívots de baloncesto.

Fuente: El País

Etiquetas: estatura / Estilo de Vida / LIDERAZGO / Líderes / política

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