• 19 noviembre, 2014

“Para mí la medicina es un estilo de vida”

“Para mí la medicina es un estilo de vida”

La nicaragüense Marcela del Carmen, ginecóloga oncóloga en el Massachusetts General Hospital, en Boston, especialista en tumores raros, es una eminencia en su campo. La profesora de Harvard está comprometida con dar mayor espacio a los latinos en esa universidad y el acceso a la medicina de los grupos minoritarios.

Marcela Guadalupe del Carmen Amaya acaba de regresar de Tailandia, país al que ha viajado por segunda ocasión, para impartir un curso de actualización sobre cáncer en la mujer y evaluar un programa de tamizaje para cáncer de cuello uterino en las zonas rurales del noroeste del país. “Llegamos hasta la frontera con Laos”, relata la doctora de origen nicaragüense que admite tener gran afinidad con Asia. “No es fácil de explicar, porque no tengo ninguna conexión familiar”.

La doctora Marcela del Carmen rodeada de su padre, Alejandro del Carmen, y su madre, María Cristina Amaya.
La doctora Marcela del Carmen rodeada de su padre, Alejandro del Carmen, y su madre, María Cristina Amaya.

Ginecóloga oncóloga, es una eminencia en su área, se ha especializado en tumores raros y en tratar de mantener la fertilidad en sus pacientes jóvenes. Desarrolla su carrera en Estados Unidos, en el Massachusetts General Hospital, en Boston, hospital de la prestigiosa Universidad de Harvard, donde además enseña. Durante toda la jornada hay algún estudiante que sigue los pasos de esta profesional para empaparse de todo su conocimiento. Disfruta tanto la docencia que asegura que igual que enseña cada día ella aprende.

Del Carmen también dedica gran parte de su tiempo a la investigación. Además, realiza dos o tres viajes al año para evaluar programas de tamizaje (por ejemplo, en Uruguay, Argentina y Guatemala) o bien para dar charlas sobre temas relacionados con cáncer en la mujer.

A pesar de haber vivido prácticamente toda su vida en Estados Unidos –pasó sus primeros 10 años en Jinotepe, hasta que su familia se exilió durante la revolución– Marcela del Carmen se siente profundamente nicaragüense, y muy orgullosa de su origen. En gran medida está siguiendo los pasos de su abuelo materno, el doctor Carlos Amaya (q. e. p. d.) , graduado en la Universidad de Hopkins, como su nieta. Ambos compartían también su visión sobre la medicina: una vocación, más que una profesión, entendida como un servicio público.

“Mi mamá dice que nací con una estrella y yo creo que es cierto, he tenido una grandísima suerte, y lo mejor ha sido haber nacido en el hogar donde nací, donde había mucho amor y apoyo, mis padres creyeron en mí y crecí con mucha seguridad”, declara la doctora. “Con buena voluntad y con esfuerzo y disciplina podés hacer lo que te pongás en la mente”, afirma.

¿De dónde nace su vocación?

Fue muy temprana, es de los primeros recuerdos que tengo, y me nace por un vínculo con mi abuelo materno, Carlos Amaya. Él era urólogo, se formó en la Universidad Nacional de León y completó sus estudios de Urología en la Universidad de Hopkins, en Baltimore (Estados Unidos). Para mí, él encarnaba la definición del médico completo y perfecto. Para él, la medicina era más una vocación que una profesión y se esmeró por atender a los pacientes que llegaban a su consulta privada –su clínica estaba en Jinotepe, de donde yo soy– y también a los que no tenían recursos para pagarle. Estaba muy comprometido con la salud pública en Nicaragua, durante los últimos años de su carrera dejó la práctica clínica y se dedicó a trabajar en el sector público. También estuvo en Toronto, Canadá, donde sacó una maestría en Salud Pública. Tenía un compromiso universal con la salud y una integridad intachable. En primer lugar, era médico y después esposo y papá. Una de sus grandes alegrías fue que me aceptaron en Hopkins.

¿Por qué eligió la oncología como especialidad?

Empecé en la Escuela de Medicina sin ningún tipo de afinidad a alguna especialidad. Unos meses después llegó a Baltimore una familia nicaragüense, con un niño, Tolentino Bárcenas, hijo de Claudia Chamorro Barrios [hija, a su vez, de doña Violeta, primera mujer presidenta de Nicaragua]. Tolen tenía leucemia, estuvo en tratamiento en el Hopkins Hospital y para mí se convirtieron en una segunda familia; fueron como un oasis, me escapaba los fines de semana a su casa. Con el tiempo me fui empapando mucho como estudiante de medicina en el cáncer de Tolen y eso fue fundamental para hacer oncología. En el tercer año de carrera me di cuenta de que me interesaba mucho la cirugía, era una manera más creativa de ejercer la medicina, porque el cirujano ante todo tiene que tener una creatividad grandísima, cada operación es diferente, los tumores muchas veces no respetan la anatomía y el cirujano tiene que salirse de algunos esquemas para que la cirugía sea exitosa, y eso me atraía.

También tuve influencia de mi padre arquitecto, crecí en un ambiente con arte y habilidad manual. La presencia de Tolentino en mi vida me marcó mucho.

 

Decidió completarlo con la cirugía reproductiva.

Hice mi residencia en ginecología y obstetricia. Y cuando tengo pacientes jóvenes es muy difícil: además de tener un diagnóstico de cáncer estás en una edad en la que todavía no te has completado como madre, de ahí la importancia de tratar el cáncer y mantener la fertilidad.

¿Cómo llegó a Harvard?

Regresé a Boston en el 2003, para hacer una maestría en Salud Pública en Harvard y tras sopesar si regresaba a Nicaragua o me quedaba en Estados Unidos, tomé la decisión de comprometerme con las minorías, con las mujeres que no tienen acceso a la salud como una manera de remediar la decisión de no regresar a Nicaragua a atender a un pueblo que tiene mucha necesidad.

¿Qué se siente enseñando en Harvard, una de las universidades más prestigiosas del mundo?

La Facultad de Medicina cuenta con 13.000 profesores. Harvard tiene 17 hospitales afiliados a la Escuela de Medicina, yo estoy en el más antiguo y grande. Para mí, ha sido una de las maneras de sentirme siempre un poco joven, los jóvenes te empujan a que estés en el límite del conocimiento y de la tecnología y a estas alturas de mi carrera aprendo tanto como enseño. Me estimulan mucho. El legado más grande que uno puede dejar como médico es que la generación que sigue esté bien formada y que uno o dos médicos puedan llegar mucho más alto que yo.

¿Esa carrera tan demandante la ha llevado a alguna renuncia importante en su vida?

Cuando miro hacia atrás, entre las cosas que más me ha costado aceptar y dejar atrás ha sido la decisión que tomé de no casarme y no tener hijos. La mujer todavía tiene la responsabilidad primaria de la casa y de los niños. Me afectó mucho la dedicación que tuvieron mis padres hacia mí y mis hermanos, y sentía que no iba a poder dar esa atención a unos hijos y a un marido y además a mi carrera. No quise verme en el conflicto de tener que elegir entre una familia y una vocación, porque para mí la medicina es como un llamado. Eso, junto a fechas especiales con mi familia o bien cenas con amigos las he tenido que dejar de lado.

Un hombre no se plantearía elegir entre su vocación y formar una familia.

Sí, definitivamente el ambiente profesional es mucho más difícil para la mujer, lo veo por mis amigas casadas con hijos, siempre tienen que estar corriendo. Si comparás el espacio que tiene hoy en día la mujer, el ambiente profesional es mucho más amplio que el que había en los 50 o los 60. Lo que no se ha resuelto aún es que ahora la mujer tiene dos responsabilidades, porque nadie más ha asumido las de la casa. Entre lo que más admiro están las mujeres que han logrado establecer un balance entre sus compromisos profesionales y mantener un ambiente adecuado para su familia.

Lea la entrevista completa en la versión impresa de la revista.

 

 

Myriam B. Moneo
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Etiquetas: Estados Unidos / Marcela del Carmen / Massachusetts General Hospital / Nicaragua

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