• 16 octubre, 2015

El legado del abogado Edgardo Dumas Rodríguez

El legado del abogado Edgardo Dumas Rodríguez

El político y diplomático hondureño fue un gran defensor de la libertad de expresión, la democracia y la libertad económica. Logró, como primer civil ministro de Defensa, modernizar las Fuerzas Armadas de su país.

En Creadores de riqueza en Centroamérica y Panamá hemos estudiado cómo empresarios de nuestra región crean riqueza para nuestros países ayudando a su desarrollo sostenido. Algunos lo hacen con empresas y otros, como el abogado Edgardo Dumas Rodríguez, a través de sus contribuciones a la libertad económica, al servicio público, al Estado de Derecho y a la libre expresión.

Conocí al abogado Dumas Rodríguez en 1980 en el Northern Trust Bank, donde yo trabajaba como vicepresidente. Desarrollamos una amistad que ahora me une a su querida familia y que me ha permitido conocer más de Honduras, el país que él tanto amó.

Sus amigos de infancia y familia le conocían cariñosamente como Chichí. Tenía amigos de todas las edades: de joven tuvo amigos mayores que él y cuando ya era mayor tuvo amistades jóvenes. Siempre procuró contagiarse del entusiasmo de los jóvenes y aprender de la experiencia de los mayores.

Era una persona muy especial que amaba intensamente a su esposa, Luisa Castillo de Dumas, sus hijos, Edgardo y Rodolfo, y sus nietos, Ellen, Edgardo, Emma y Ana Sofía. Fue el segundo de ocho hermanos y siempre mantuvo una comunicación permanente con toda su familia, a pesar de que algunos vivían en otros países. Tenía una personalidad fuerte, con mucho temperamento, y su vida fue disciplinada y dedicada al estudio.

Vínculos académicos

Creía en el poder de la educación y por eso siempre mantuvo vínculos estrechos con instituciones educativas. Fungió como profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en San Pedro Sula, fue decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la misma universidad y decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de San Pedro Sula. También fue conferencista invitado en London School of Economics, la Universidad de Norwich (Reino Unido) y en la Universidad Francisco Marroquín, de Guatemala. Además, de español, hablaba inglés e italiano.

Su interés por la educación le animó a ser uno de los fundadores de la Universidad Privada de San Pedro Sula. Soñaba con ponerla al servicio de los mejores estudiantes de la ciudad y graduar profesionales de altísima calidad. Hoy en día es una entidad de mucho prestigio en Honduras.

Su afición principal era la lectura. Creía ciegamente en el poder de las letras y cómo estas podían transportarnos a otras épocas, lugares e, inclusive, a otros mundos. Le parecía absurdo cuando algún joven se quejaba de aburrimiento, consideraba que la solución más sencilla era leer, así era imposible “aburrirse”. Recordaba siempre que una vez que visitó un pequeño pueblo en Massachusetts (Estados Unidos), en la entrada vio un cartel que decía: “Quien no lee no tiene ninguna ventaja sobre quien no sabe leer”.

Solía comentar que en su profesión una enorme cantidad de consultas que le hacían no tenían que ver con cuestiones legales y que muchas de ellas las podía resolver por haber leído sobre diferentes temas, como economía, filosofía y muchos más que le permitieron alcanzar una profunda sabiduría.

Debo suponer que ese amor por la lectura le ayudó también a ser un excelente escritor, sus artículos fueron publicados en varios medios de comunicación de Honduras y del extranjero. En 1976, junto con sus buenos amigos Óscar A. Flores y Enrique Ortez Colindres y otros fundó La Tribuna, actualmente el principal diario de la zona central de Honduras.

Desde sus columnas, el abogado Dumas defendió la libertad de expresión, la democracia, la libertad económica y otros valores que consideraba esenciales para que Honduras y Centroamérica progresaran. En ocasiones, esas opiniones le generaron situaciones difíciles, inclusive peligrosas, pues el país carecía de una estructura democrática y se caracterizaba por el control militar del poder. Su dedicación a la defensa de la libertad de expresión lo llevó a desempeñarse durante décadas como vicepresidente de la Sociedad Interamericana de Prensa en Honduras.

Sirvió en diferentes cargos públicos. Fue ministro del Trabajo, nombramiento sobre el que siempre bromeaba diciendo: “Cometieron la irresponsabilidad de nombrarme ministro cuando apenas tenía 30 años”. Posteriormente, fue ministro de Hacienda, gobernador del Banco Mundial, representante de Honduras ante el Fondo Monetario Internacional, y el Banco Centroamericano de Integración Económica, y director del Banco Central de Honduras. También fungió como embajador en Estados Unidos, Reino Unido, Suecia, Dinamarca, Italia e Israel, entre otros países, cerrando su carrera pública como ministro de Defensa, capítulo que vale la pena comentar por separado.

Abogado de vocación, se conocía la constitución y leyes de su país de memoria. En efecto, era una biblioteca ambulante. Era tal su conocimiento que en múltiples cierres de operaciones bancarias y de banca de inversión, en las cuales me apoyó, recitaba con exactitud cada párrafo de las leyes ante los abogados que negociaban por la otra parte. Estos, en vez de cuestionarlo pedían tiempo para consultar y al volver decían: “Usted tiene toda la razón, abogado”.

A pesar de todos esos conocimientos, se consideraba solamente un estudiante de derecho. Decía que él nació para estudiar derecho y que si tuviera la oportunidad de volver a estudiar sin ninguna duda volvería a decidirse por leyes.

Una de las grandes lecciones que aprendí de Dumas Rodríguez fue tener respeto a las instituciones del Estado, las leyes, la igualdad y los gobernantes. Cito como ejemplo que cuando lo conocí en los 80 le decía Carlitos a Carlos Flores Facussé, el hijo de su gran amigo Óscar A. Flores. Cuando Carlitos salió electo presidente del Congreso y, posteriormente, presidente de la República, siempre se dirigió a él como “señor presidente”.

El abogado Dumas era un viajero incasable y conoció casi todo el mundo. Cada lugar le dejaba recuerdos, anécdotas y experiencias que después alimentaban una riquísima capacidad de conversación.

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