• 18 julio, 2014

Lecciones de mi padre

Mi padre estudió la secundaria en una escuela militar en el estado de Tennessee, en Estados Unidos, y luego se graduó de ingeniero civil en la Universidad de Notre Dame, en 1954, en dicho país. El mismo día de la graduación, mis padres se casaron en la capilla de la Universidad.

Roberto J. Argüello Téfel intentó desarrollar las tierras que le había dejado en herencia su padre, sin embargo, luego de sembrar algodón un par de años, decidió que lo suyo era la ingeniería y su pasión, ser constructor. Optó entonces por vender las tierras y con el dinero obtenido –junto con su cuñado el arquitecto Alfredo Osorio y su compañero de la Universidad de Notre Dame el ingeniero René Lacayo Debayle– fundó en 1955 una compañía de construcción a la cual bautizaron Arquitectos Ingenieros S. A. (AISA), cuyas primeras oficinas estuvieron en el garaje de la casa de mi abuelo Alfredo. Posteriormente, se asociaron con el arquitecto José Francisco Terán y Juan Sacasa (licenciado en Economía de la Universidad de Notre Dame).

Una empresa de construcción es altamente riesgosa dado que su éxito depende de la capacidad del equipo humano para estimar lo que cuesta una obra con precisión, de llevar a cabo su ejecución sin el más mínimo margen de error, así como de tener el músculo financiero para sostener en su balance enormes cuentas por cobrar que se pagan conforme avanzan las obras.

La industria de la construcción tiene una de las mayores posibilidades de quiebra, ya que más del 45% de estas empresas fracasan antes de los cuatro años de fundación.

Seguir la pasión

La primera lección que aprendí de mi padre: hay que hacer lo que a uno le apasiona, tener tenacidad y vencer el miedo de perderlo todo, desarrollar y ejecutar con precisión modelos de negocios autosostenibles, teniendo en cuenta la necesidad de contar con un equipo humano altamente capacitado y motivado.

A los 5 años de edad, mi padre me llevaba todos los sábados a los proyectos de construcción. La rutina sabatina se constituyó en una invitación permanente conforme crecía y avanzaba en mis estudios secundarios en Estados Unidos –en la Academia Governor’s, localizada en Byfield, Massachusetts– y luego en la Universidad de Notre Dame, mientras estudiaba Economía y después la maestría en Administración de Empresas. Cada verano la experiencia era diferente ya que AISA había pasado de ser una empresa de construcción a un grupo diversificado que incluía compañía de ahorro y préstamos, financiera, aseguradora, inversiones y proyectos masivos en bienes raíces y fábrica de tubos de concreto.
Mi padre era un inversionista importante de Quaker (en la fábrica y la distribución de avena) y de una textilera de blue jeans.

A pesar de que los éxitos del Grupo AISA –como se llegó a conocer en Nicaragua–, aumentaban año tras año, también tuvo sus fracasos, como el caso de Muebles Modernos; mi padre y sus socios comenzaron con una fábrica de hacer muebles de hogar y cinco años después la tuvieron que cerrar. Lo cierto era que ninguno de ellos tenía conocimientos sobre esa industria y dejaron la fábrica en manos de empleados. Esta fue una de las lecciones más valiosas que aprendí de mi padre: jamás debe dejarse en manos de otra persona lo que uno mismo no sabe hacer bien.

Continuidad del legado

Ya de adulto comprendí por qué mi padre me llevaba a ver los proyectos de construcción como parte de mi educación en el área de negocios; qué gran lección aprendí de él. Conforme fui madurando me di cuenta de que le preocupaba enormemente la continuidad del legado que dejarían sus socios y él a la segunda generación. Para mi padre, el relevo generacional era un factor de éxito empresarial.

Él tenía una enorme fascinación por el éxito logrado durante muchos años por la familia Téfel.
Su abuelo materno, Jacobo Téfel Jacoby –casado con Jenny Salomón Téfel–, en las décadas de 1920, 1930 y 1940 fue considerado uno de los empresarios más exitosos y progresistas de Nicaragua tras fundar la Compañía Cervera de Nicaragua, en 1926, y consolidar la Casa Bancaria Téfel, constituida por su padre, Teodoro Téfel.

Mi padre veía con una enorme tristeza cómo décadas de trabajo se esfumaron para los descendientes de la familia Téfel Jacoby cuando los herederos de estos vendieron su participación accionaria en la Compañía Cervecera de Nicaragua y liquidaron la Casa Bancaria Téfel, a pesar de que esta había sido autorizada bajo la Ley General de Instituciones Bancarias de Nicaragua (decreto-ley del 26 de octubre de 1940). Bajo esa norma se le daba tratamiento o nombre de banco a dos casas comerciales, cuya función principal era la exportación de café: la Casa Téfel y la Casa Caley Dagnall.

Por eso él veía con admiración el relevo generacional implementado por empresas familiares que ya para las décadas de 1960 y 1970 estaban en su segunda, y algunas en la tercera, generación, como vimos anteriormente. En Nicaragua, el Grupo Pellas, Casa Pellas y E. Chamorro Industrial ya estaban liderados por la segunda generación.

De mi padre aprendí lo que luego he confirmado a través de la vida al observar que los empresarios y empresarias que crean riqueza tienen una enorme pasión por mejorar las vidas de los habitantes de sus países mediante la democratización de productos y servicios, que antes solo eran accesibles a las clases más pudientes.

Mi padre creía firmemente que todo nicaragüense tenía derecho a un techo y por eso concentró sus energías en lograr que AISA construyera miles de casas en Nicaragua. Me consta que esa motivación la compartían sus más feroces competidores, como Enrique Pereira, quien presidía la constructora Solórzano Villa y Pereira, conocida como Sovipe.

En nuestro estudio sobre los creadores de riqueza es evidente que estos invierten para solucionar dilemas y problemas que benefician a la población en general. Gracias a aquellos, en la actualidad, los ciudadanos de nuestros países gozan de mejores infraestructuras, servicios médicos, educación, transporte y servicios financieros.

Educación, ventaja competitiva

Uno de los principales retos de una empresa constructora es asociarse con personas profesionales y capaces, que incluyen desde los obreros hasta los ingenieros y financieros de la empresa. Mi padre veía la educación de su equipo como la ventaja competitiva de AISA. Por eso, constantemente estudiaba y llevaba a sus socios y miembros de la compañía a seminarios y charlas de profesionales de alta experiencia en el campo de los negocios. Solía verle leer los pocos libros y revistas de negocios que se imprimían entonces y siempre me decía que leer y estudiar era esencial en la vida y, específicamente, para poder innovar ya fuera en estructuras y construcciones o en modelos de negocios.

Recordemos que en la década de 1960 y comienzo de 1970 el uso de las computadoras era mínimo y las principales teorías que definen estrategias corporativas y de empresas todavía no se habían desarrollado. Michael Porter, el padre de las teorías sobre la ventaja competitiva que revolucionaron el mundo corporativo, se graduó máster en Negocios en Harvard en 1971 y obtuvo su doctorado en Economía de la misma universidad en 1973. Fue hasta 1979 cuando Porter escribió su primer artículo en Harvard Business Review, “How Competitive Forces Shape Strategy” (marzo/abril 1979), y en 1980 publicó su sensacional libro Competitive Strategy (Free Press, Nueva York), considerado como uno de los cinco volúmenes más influyentes en el mundo de los negocios.

Tenía 10 años cuando escuchaba la alegría de mi padre porque en Nicaragua se iba a fundar una universidad de estudios superiores de negocios. Resultó que don Francisco de Sola, ícono empresarial en Centroamérica, dio seguimiento a una iniciativa del presidente estadounidense John F. Kennedy para apoyar la fundación de un centro de estudios superiores de negocios basado en el modelo de la afamada Universidad de Harvard. Esta escuela fue bautizada como el Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (Incae), el cual recibió el apoyo unánime de parte de todos los sectores empresariales de Centroamérica. Felizmente, Incae recién celebró sus 50 años de fundación, tras haber graduado al día de hoy a miles de centroamericanos en cursos de Alta Gerencia Empresarial, así como másteres en Administración de Empresas, como es el caso de Diego Pulido (Banco Industrial), Rodrigo Uribe (Grupo Cuestamoras), Ernesto Castegnaro (BAC/Credomatic), María Eugenia Brizuela (HSBC Latinoamérica), Ricardo Sagrera (Grupo Hilasal), Gilberto Perezalonso (Volaris), Yara Argueta (Grupo Solid) y Ramón Martínez Stagg (Balboa Bank & Trust), entre otros.

Lecciones de la década de 1980

El 19 de julio de 1979, el Frente Sandinista de Liberación Nacional finalmente venció al gobierno de Anastasio Somoza Debayle. Más de 400.000 nicaragüenses fueron forzados a huir de su país, incluyendo todos los miembros de mi familia, a raíz de las amenazas y acciones dictatoriales marxistas-leninistas del sandinismo.

Mi padre emprendió su vida corporativa otra vez en Nueva York y yo comencé a trabajar, en septiembre de 1979, en el Northern Trust Company de Chicago, considerado uno de los cinco mejores bancos privados de Estados Unidos.

En el Northern me inicié en el programa de entrenamiento que duraba 18 meses. Recibí una intensa formación en crédito, mercados de capitales y operaciones bancarias, y en febrero de 1981 fui transferido a Miami para trabajar en la subsidiaria del Northern, entonces Northern Trust Interamerican Bank, hoy Northern Trust Bank of Florida NA.

Casi toda la década de 1980 fue muy difícil para la región. El Salvador y Guatemala, ambas dictaduras militares, enfrentaban a movimientos armados de izquierda, mientras que Nicaragua, gobernada por una junta marxista leninista, luchaba contra un ejército guerrillero financiado por la administración del presidente Ronald Reagan. En Honduras estaban en el poder los militares, quienes constantemente daban golpes de Estado los unos contra los otros. Mientras que en Panamá gobernaban a su antojo los militares encabezados por Manuel Antonio Noriega. Solo Costa Rica mantuvo estabilidad política en este periodo.

En la parte económica, las guerras afectaban el crecimiento de las economías de todos los países centroamericanos. Faltaban divisas y las devaluaciones eran constantes. Los niveles de inflación, por ejemplo, en Nicaragua y Costa Rica, eran galopantes. En Panamá, la economía colapsó a raíz de los malos manejos del gobierno de Noriega. Y los niveles de deuda externa en varios países de la región eran impagables.

La inestabilidad política y económica de casi todos los países de Latinoamérica en la década de 1980 ayudó a crecer enormemente a centros bancarios como Nueva York, Suiza, Islas Caimán y Bahamas y a desarrollar Miami como centro bancario internacional.

Desde la década de 1960, Miami había florecido como una gran metrópolis gracias a la enorme cantidad de cubanos que huyeron de su país a raíz de la revolución marxista de Fidel Castro.

El 4 de noviembre de 1980, Ronald Reagan ganó las elecciones en 44 de los 50 estados de la Unión Americana, y tomó posesión de la presidencia el 20 de enero de 1981. Inmediatamente después, el presidente Reagan concentró todos sus esfuerzos de política exterior en exterminar a la moribunda Unión Soviética y sus aliados estratégicos, como Nicaragua.

En lo personal, yo estaba en medio de toda la acción económica y política de Miami.

Asociación pronicaragüenses

Miles y miles de nicaragüenses optaron por residir en Miami durante el exilio, muchos de ellos no tenían permiso de trabajo de parte de las autoridades migratorias del gobierno de Estados Unidos. Tener dicho permiso es vital para obtener un trabajo digno.

Muchas personas llegaban a buscarme al Northern Trust para solicitarme toda clase de ayuda o apoyo. Eran tantos los que pedían asistencia que llamé a mis amigos para solicitarles apoyo para fundar una asociación de banqueros a favor de la comunidad nicaragüense. Con la ayuda de Roberto J. Zamora Llanes, Eduardo Montealegre, Gilberto Wong, Silvio Solórzano Pellas, Gastón Cajina, Charles Ulvert, Edmundo Ramírez, María Amalia Chamorro (q. e. p. d.), Álvaro Castillo, Renato Salazar, Leónidas Solórzano y Alexis Hurtado (q. e. p. d.) fundamos, en 1981, Nicaraguan American Bankers Association, conocida como NABA.

Desde su fundación, NABA ayudó a colocar a miles de nicaragüenses y centroamericanos en puestos de importancia en la banca y la empresa privada de Estados Unidos, así como también apoyó a miles de empresarios centroamericanos a obtener créditos para establecer y hacer crecer sus negocios. En la parte política, NABA colaboró en múltiples temas con el gobierno del presidente Reagan y luego con las administraciones de los presidentes George W. Bush y Bill Clinton. Por mi parte, fui nombrado por el senador Orrin Hatch, en 1988, miembro de la Comisión Hispana del Senado de Estados Unidos. Además, he testificado múltiples veces ante el Congreso en relación con temas centroamericanos.

Como banquero y asesor de empresarios en Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe, comencé a observar que todas las compañías centroamericanas y de Panamá, por muy exitosas que hayan sido en su pasado, enfrentaban un entorno muy difícil, lo cual requería una reinvención de sus respectivos modelos de negocios.

Imaginémonos qué pasaría hoy si una empresa operara en una región donde hay guerras civiles, gobiernos dictatoriales (menos en Costa Rica), inflación galopante, incontestabilidad y libre movimiento de moneda, inseguridad de inversión, inseguridad física (asesinatos, secuestros, robos…), falta de financiamiento, sistemas bancarios débiles e ineficientes y mínima infraestructura en salud y comunicación.

En los próximos capítulos veremos cómo los creadores de riqueza de nuestra región vencieron estos y otros obstáculos que debieron enfrentar, incluyendo el asesinato de sus líderes. Repasaremos también cómo empresarios visionarios –como Pablo Tesak, Luis Poma, Stanley Motta, Julio Herrera, Napoleón Larach, Mario Granai Arévalo, Roberto Kriete, Carlos Pellas, Camilo Atala, Salvador Simán Jorge Canahuati Larach, Roberto Murray, Francis Durman, Fernando Paiz, Jacobo Téfel Pasos, Jorge Castillo Love, Federico Humbert, Rodrigo Uribe y Jaime Rosenthal– replantearon los modelos de negocio de sus grupos empresariales, y otros empresarios –como Ramiro Ortiz Mayorga, Fredy Nasser, Ernesto Fernández Hollman, Piero Coen, Rachid Maalouf, Gastón Monge, Ricardo Pérez, Alberto Vallarino, Mario López, Emanuel y Nicolás González-Revilla, Vicente Carrión, y Roberto J. Zamora– crearon grupos empresariales de clase mundial.

 

Etiquetas: Centroamérica / creadores de riquezas / Panamá

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