• 1 septiembre, 2022

Hay un tiempo para todo

Hay un tiempo para todo

Hace siete años atravesé una dura batalla contra el cáncer de seno que inició en febrero y concluyó en agosto. Cirugías y tratamiento de quimioterapia. Mi mamá, que en ese momento estaba viviendo en New Orleans con mi abuela, viajó para acompañarme el día de mi cirugía; nos encontramos en el hospital, pues tomó un vuelo de madrugada. Recuerdo que cuando me dieron el diagnóstico, mi principal sufrimiento era darle la noticia a mis hijos y a mis padres. Cuando hablé por teléfono con mi mamá la escuché serena, pero luego me di cuenta de que colgando conmigo se había quebrado. Escribió un poema donde plasmó su dolor, el cual después fue el prólogo del libro que escribí donde relato mi experiencia. En la primera estrofa dice: 

“Para mí fue marzo cuando no esperaba ese golpe bajo, esa profecía no asumida 

-la herida de mi primogénita-

La que Vos sacaste de mi vientre

y me hiciste entregártela confiada 

porque la habías cuidado desde antes de nacer

para que yo fuera libre de servirte

y de ir donde me necesitaras”.

Karla Icaza, Vicepresidenta Ejecutiva Gobierno
Corporativo de Grupo Promerica.

Mis cirugías fueron en marzo, y en abril ambas viajamos a New Orleans para hacerme el tratamiento de quimioterapia. Me hospedé en casa de unos primos junto con ella, y estuvo conmigo día y noche apoyándome física, emocional y espiritualmente. En esos meses la vimos perder algo de  peso, pero pensamos que todo el sufrimiento por lo mío le había quitado el apetito. Regresé a mi país en septiembre para terminar de recuperarme de los estragos del tratamiento; fatiga, falta de concentración, etc. Cuando le llegó su residencia y podía viajar, le insistí que llegara para hacerse sus chequeos médicos, pero no quiso. En enero del siguiente año, le dije que a finales del mes estaría presentando mi libro y quería que ella estuviera presente. Llegó unos días antes de la presentación y un par de semanas después, el médico nos estaba dando la noticia que tenía cáncer en etapa avanzada. Ella tomó la decisión de no recibir tratamiento de quimioterapia, pues iba a ser para extenderle un poco su vida, pero a un costo muy alto.

Nunca estamos listos para recibir una noticia como esa; yo todavía estaba recuperándome del “tren que me había pasado encima” unos meses antes; aún física y emocionalmente débil, nuevamente me “agarre de la mano del Padre” para encontrar la paz que necesitaba y la fortaleza para poder acompañar a mi mamá, como ella lo había hecho conmigo. Fue doloroso verla deteriorarse tan rápido. Impotente de no poder hacer más por ella, lloraba camino a mi casa después de visitarla todos los días. Cinco meses después del diagnóstico, mi mamá partió a los brazos del Padre rodeada de mi hermana, su esposo, mi hermano menor, mi esposo y yo. Se fue apagando como una velita hasta que descansó en paz. 

No lloré lo que necesitaba; no me desahogué de ninguna forma. Quizás porque lo que más queríamos es que ella descansara. Ella falleció un 27 de julio y yo estaba viajando a Ecuador el 3 de agosto a una reunión de trabajo. Me dijeron que no fuera, pero yo insistí. Unas semanas después, me di cuenta de que estaba huyendo de ese desahogo que tanto necesitaba, haciéndome la fuerte, cuando yo misma seguía procesando mi propia batalla, durante la cual hice todo lo que pude para no derrumbarme por mis hijos, mi esposo y mis padres. Unos días antes de mi cumpleaños a finales de septiembre, me levanté un sábado y comencé a llorar desconsoladamente, como una niñita. Fue hasta en ese momento que viví mi luto. No recuerdo cuanto tiempo transcurrió hasta que dejé de llorar, supongo que fue cuando ya no tenía lágrimas.

Eclesiastés 3:1 y 4 dice: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo………un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto…”

Etiquetas: Columna / conecta2 / Karla Icaza / paciencia / Salud / Tendencias

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