• 12 octubre, 2023

Conozca lo que las experiencias traumáticas le hacen al cerebro y al cuerpo

Conozca lo que las experiencias traumáticas le hacen al cerebro y al cuerpo

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Imagine que se ofrecen un trabajo magnífico en el que le van a pagar muchísimo dinero y le piden que se reúna con la persona que será su jefe para saber más del puesto.

A medida que habla y describe el cargo, siente algo en el estómago, como una contracción, pero en ese instante desconoce por qué tiene esa sensación incómoda.

Su amígdala sí lo sabe. Esta estructura que está en el cerebro detectó algo en la inflexión de la voz, los movimientos faciales, la forma en que esa persona estaba haciendo los planteamientos e hizo una asociación con una experiencia en la que le defraudaron y le está lanzando una advertencia:

«¡Cuidado! Aquí hay una incoherencia aunque se te haga difícil explicar conscientemente».

Ahora imagine cuánto más se puede exacerbar cuando se ha vivido una experiencia traumática: «se hace más sensible a cualquier tipo de incoherencia o apariencia de incoherencia».

Hay gente que puede llegar a ser más sensible que otra a una experiencia traumática y sufrir efectos a largo plazo, que se manifiestan, por ejemplo, en «reviviscencias, pesadillas, y pensamientos negativos» que interfieren con su vida diaria, indica Joelle Rabow Maletis, educadora y asesora en psicología.

«Este fenómeno se llama trastorno de estrés postraumático, o TEPT, es el mal funcionamiento de mecanismos biológicos que nos permiten hacer frente a experiencias peligrosas y que es tratable», señala en la animación TED-Ed: La psicología del trastorno del estrés postraumático.

Una amígdala hiperactiva

 

El efecto en una persona de una experiencia traumática depende de varios factores, entre ellos el fenotipo cerebral de cada individuo, explica Portavella.

Amígdalas
La amígdala cerebral consiste en un par de estructuras con forma de almendra situadas en ambas partes del lóbulo temporal del cerebro. SCIENCE PHOTO LIBRARY

 

Cuatro personas -ejemplifica- pueden haber sido sometidas a la misma experiencia traumática y «una de ellas consigue llevar una vida normal, lo contrario al resto«.

En parte eso se debe a lo que «en psicología clínica se conoce como diátesis-estrés, la combinación de estrés y la sensibilidad de cada persona ante él. Carece de un patrón único».

De acuerdo con la psiquiatra Ellen Vora, «las experiencias traumáticas con frecuencia se almacenan en el cuerpo, el cual también reprograma el cerebro».

«Cuando eso ocurre, la amígdala -esa parte del sistema límbico a cargo de nuestra respuesta del miedo- queda en una especie de estado de agitación creando ansiedad desproporcionada a lo largo de la vida», escribió la también autora en la revista Phychologies.

El trauma deja al cerebro en alerta elevada, «incluso si la amenaza ya inexistente«, y algunas personas pueden percibir peligro donde nunca habían existido.

Portavella habla de la retroalimentación de la memoria episódica, «como una reverberación, o lo que en psicología se llama ‘rumiar’: estar constantemente autoexponiéndose al recuerdo».

Eso retroalimenta el circuito amigdalino, clave, entre varias funciones, en el aprendizaje emocional y en la gestión de las respuestas emocionales.

Lucha, escape o bloqueo

 

Las experiencias traumáticas (violencia doméstica, abuso sexual, desastres naturales, guerras, entre otras) activan el sistema de alarma cerebral conocido como: lucha, escape o bloqueo.

«Junto al miedo esas son reacciones naturales que han estado diseñadas a lo largo de la evolución para nuestra supervivencia«.

«Esas emociones vienen prediseñadas en nuestra genética y se empiezan a desarrollar en la infancia», cuando se inicia el aprendizaje de cómo usarlas de forma adecuada.

En ese proceso, desempeñan un rol clave los circuitos amigdalinos y la corteza prefrontal del cerebro (la que nos permite tomar decisiones, realizar tareas planificadas).

Pero ¿qué ocurre si una persona tiene estrés sostenido producto de una experiencia traumática?

Si bien contamos con una respuesta que ha sido naturalmente diseñada para huir, para defendernos de una situación crítica, «en un contexto de maltrato continuado, se mantiene el estrés y el estrés produce muchas alteraciones metabólicas porque hace que nos preparemos para una acción».

Y es que cuando ocurre la experiencia traumática, se genera lo que Maletis llama una «cascada química«, que «inunda el cuerpo con varias hormonas de estrés diferentes, causando cambios psicológicos que preparan al cuerpo para defenderse».

«Nuestro ritmo cardíaco se acelera, la respiración se acelera y los músculos se tensan».

Se altera el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA) y en ese proceso se desencadena la respuesta del miedo por la activación del sistema límbico.

Y, advierte Portavella, «si eso se mantiene en el tiempo, desarrollamos un trastorno».

«El sistema aprende que hay una amenaza permanente y una vez que lo aprende, aunque salga de esa situación, se ha modificado, se ha hecho más sensible al estrés».

La memoria

 

Con el tiempo, tanto el organismo como el cerebro pueden sufrir las consecuencias.

«El estrés sostenido puede producir muerte en el hipocampo, una estructura fundamental de la memoria, y puede producir problemas de memoria y de concentración», dice el profesor.

Sombra de un hombre y una persona sentada

Y es que la memoria  es clave para resolver problemas, tomar decisiones, planificar,  «regular nuestras emociones y desarrollar un sentido positivo de uno mismo«, indica UK Trauma Council en la publicación Childhood trauma and the brain (El trauma infantil y el cerebro).

Por eso es que experiencias de maltrato en la infancia «pueden crear recuerdos negativos que pueden ser abrumadores y también influir en cómo creamos recuerdos nuevos».

De acuerdo con esa organización, varios estudios han mostrado diferencias en la función del hipocampo en niños cuyo cuidado se ha descuidado o que han sufrido abuso.

«Hay una disminución de la activación del hipocampo cuando se recuperan recuerdos de la autobiografía positiva», así como también durante el aprendizaje asociativo, «cuando los niños aprenden y recuerdan nuevas relaciones entre elementos que no están conectados».

Castigo vs recompensa

 

El sistema de recompensa en nuestro cerebro, que usa la dopamina, nos ayuda a reconocer los aspectos positivos de nuestro entorno y a motivarnos, también nos guía en muchas de las decisiones que tomamos.

«Las investigaciones muestran que los niños que han experimentado abuso y negligencia tienen una sensibilidad reducida en estas regiones (del cerebro) en comparación con la de sus compañeros cuando procesan señales de recompensa, posiblemente reflejando la adaptación a un mundo donde la recompensa es poco frecuente o impredecible«, indica UK Trauma Council.

En nuestro proceso continuo de tomar decisiones, se produce una competencia -explica Portavella- entre los castigos, que están muy mediados por la amígdala cerebral, y las recompensas.

Nuestra corteza prefrontal, que juega un papel clave en la toma de decisiones y que se conforma a lo largo de la infancia y de la adolescencia, «va a determinar cuál es la mejor opción o la menos mala».

Con un trastorno de estrés postraumático, se le da demasiado primacía a las alarmas, y por tanto puede que «se niegue las situaciones recompensantes«.

Es como si el cerebro redujera su habilidad para reaccionar a ellas, para experimentar disfrute. Por ejemplo, «uno anticipa una amenaza en una situación novedosa y eso afectará las decisiones que tome».

En el caso de los niños, los traumas tienen un impacto en la manera en que van construyendo sus relaciones.

«Los científicos creen que los cambios cerebrales pueden afectar la forma en que un niño experimenta y moldea activamente el mundo social que les rodea», apunta el reporte de UK Trauma Council.

«Por ejemplo, un niño puede concentrarse en el peligro mientras se pierde otras señales sociales más positivas».

Fuente: BBC Mundo

Etiquetas: cortisol / estrés post traumático / experiencias traumáticas / miedo / positivismo

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