• 10 octubre, 2021

La experimentación estética y formal como proceso creativo

La experimentación estética y formal como proceso creativo

La presente selección de obras de arte contemporáneo de la Fundación Ortiz Gurdian, destacan por su amplitud temática, resaltando los aspectos formales y visuales de cada proceso de experimentación artística. Piezas que exaltan sus formas con discursos que cuestionan a sus públicos.

Por Alberto Torres Cerrato, director del Centro de Arte de la Fundación Ortiz Gurdian

Con la pieza Ver es olvidar lo que se ve (2009), de Moisés Mora (Nicaragua, 1982), el artista trabaja a partir de secuencias de dibujo donde maximiza y abstrae los efectos de degradado tonal continuo creados por un haz de luz sobre una superficie, efecto que permite al espectador evidenciar percepciones creadas por los sentidos desde el dibujo y sus materiales como herramienta formal del arte.

Para Nerlin Fuentes (Honduras, 1972), en Doble rojo (2006), el uso del material es de suma importancia para las posibles lecturas que la pieza genere en el espectador. Obra de reminiscencia minimalista, por la limpieza lineal de las formas geométricas, se ubica en la frontera entre la pintura y la escultura. Forma, color y línea resignifican las cosas que conocemos y que inicialmente inspiran al artista, en palabras de Salvador Madrid, la obra “dialoga con la apariencia, con lo que se entiende por homogéneo a fuerza de primera impresión y más allá de la materialidad que evoca”.

Relacionada a la estimulación de los sentidos, la obra Action Painting (1986), de Hermann Nitsch (Austria, 1938), es producto de los rituales performáticos realizados en su “teatro de Orgías y Misterios”, donde la acción busca generar el choque sensorial con la expresión brutal del color rojo en el lienzo. En palabras del artista, “lo importante es el ser sentido y percibido intensamente, la felicidad de la existencia liberada de las reglas establecidas”. La obra en sí trata de evocar nuevas sensaciones a la simple experiencia de ver un cuadro, busca el cuestionamiento del oficio de pintar y de sus medios formales por parte del observador.

Mariú Fonseca de Lacayo (Nicaragua, 1962), El arte es una espiral (2012).

Para Vivian Suter (Argentina, 1949), en Sin título (2015), la inmersión de la naturaleza en el proceso de creación artística es la base de su proceso creativo. La artista experimenta desde lo fortuito y libre de las expresiones naturales manifestadas en las etapas pictóricas de sus piezas. Es dejar que los “accidentes felices” tengan un merecido espacio sobre su obra y dejarlos ser como expresión estética de la naturaleza.

Naufus Ramírez-Figueroa (Guatemala, 1978), con Cuerpo geométrico (2013), demuestra su habilidad estética con la técnica de la xilografía, experimentando con formas geométricas simples en total abstracción que genera volúmenes visuales que le dan un carácter cinético. La obra alude a la historia de Zipacná en el Popol Vuh, donde la identidad indígena se extrapola con la historia y cuestiona “su apariencia inaccesible por miembros no comunitarios”.

La obra Sin título (2009), de Fabrizio Arrieta (Costa Rica, 1982), plantea la resignificación de imágenes comunes en las revistas de moda y otros medios de comunicación social masiva. Dichas imágenes son deformadas, modificadas, y reorganizadas visualmente para crear nuevas referencias visuales que cuestionan las formas iniciales de las que parte. Este proceso de “edición, corte y pegado lo enriquece a través de la pintura y el dibujo”, creando nuevos elementos que se acercan a la abstracción.

El trabajo de José David Herrera (El Salvador, 1978), Las 23 líneas del tren hasta la música de tu boca (2010), es una obra abstracta, donde impera la gestualidad y el azar de la mancha, que brinda nuevas lecturas de los materiales donde la imagen se transforma y utiliza todos sus elementos formales para conversar con el espectador.

Xavier Coronel (Ecuador, 1988), La playa de la muerte/ Redux (Back) (2016).

La obra de Federico Herrero (Costa Rica, 1978), Tristes y no tan tristes trópicos (2014), plantea una propuesta de paisaje a partir de manchas planas de color superpuesto que la sumergen en el campo de la abstracción. Es un paisaje o un referente de este, que nace del proceso mismo de creación, definido por la libre experimentación estética del artista. Es una propuesta pictórica con referentes reales, de los que se aleja con la improvisación propia de su proceso creativo.

En El arte es una espiral (2012), de Mariú Fonseca de Lacayo (Nicaragua, 1962), la artista propone la mezcla de diferentes elementos plásticos (tela, tinta, tejidos y plexiglás) para generar una urdimbre visual donde se entrelazan, superponen y mezclan todas las formas, para crear una pieza dinámica y cinética.

La pieza La playa de la muerte/ Redux (Back) (2016), de Xavier Coronel (Ecuador, 1988), al igual que el resto de su producción pictórica, está nutrida de la vena cinematográfica en su estética visual, en el uso de los planos visuales y en los abruptos cortes entre escenas gráficas. Es evidente que su producción “está muy ligada a esta dialéctica entre terror y memoria y cómo estos se relacionan con los propios recuerdos” de paisajes decadentes, desolados y colapsados que muestran la relación entre hombre y naturaleza.

La obra Juegos de correspondencia (2006), de Marlov Barrios (Guatemala, 1980), propone el diálogo entre dos percepciones sobre la herencia cultural la que, según Josseline Pinto, es “una representación visual, desde su propia asimilación, […] manifestada y aglutinada en formas y simbologías que adquirimos desde una colonización aceptada en contraste con la verdadera colonización prehispánica”.

En la Serie Fragmentación (1999), Bayardo Blandino (1969) plantea una pieza abstracta sin dejar de referenciar la iconografía prehispánica. Mónica Kupfer indica que Blandino enfatiza la pureza formal de las formas y el uso de tonos solemnes que convierten a la cruz en un elemento oscuro, antiguo y mitológico.

Adán Vallecillo (Honduras, 1977) con sus dos obras Cacerólica (2006) y Alpinistas (2006), plantea la necesidad de reflexión sobre los objetos y su carga simbólica y estética, los descontextualiza y resignifica con el interés de que orienten al espectador a nuevas lecturas. En palabras de Salvador Madrid, es una obra simbólica “por el diálogo con la periferia y las relaciones de poder en el mundo del capital. Más allá del desecho o del uso del desecho para meras aspiraciones de actividades tecnológicas, transmuta los usos y en los usos las condiciones utilitarias de los objetos”.

De la misma manera, las obras de Marissa Tellería (Nicaragua, 1963), Otomanas con columna invisible (1998) y Sin título (2005), nos muestran objetos elaborados de materiales ordinarios e industriales (fibra de vidrio), que la artista “trastoca, despojándolos de las asociaciones funcionales chatas para generar nuevas relaciones sensoriales”.

José David Herrera (El Salvador, 1978), Las 23 líneas del tren hasta la música de tu boca (2010).

La necesidad de alterar el significado original de los objetos como elemento estético per se es muy propio del arte moderno. En Bowl (2009), de Ronald Morán (El Salvador, 1972), el artista elimina los rastros visuales del objeto real, al que cubre totalmente en algodón, lo fotografía y luego pinta. De esta manera altera, a propósito, las nociones físicas del objeto y la sutileza o aspereza de su superficie, a través estructuras blandas casi nebulosas. Es una búsqueda por entender la forma y transformarla alejándonos de los significados preconcebidos de los objetos.

En la obra Leticia Palma (2014), de Rafael Uriegas (España/ México, 1982), se utiliza el objeto encontrado y recuperado como recurso artístico contemporáneo. Una pintura de autor anónimo, pintada en madera enchapada, que retrata a Leticia Palma (1926-2009), actriz del cine de oro mexicano. La pieza está dividida “en franjas verticales con la imagen pintada de una mujer morena joven, con el pecho desnudo y cargando una canasta de frutas”.

Rafael Uriegas (España/ México, 1982), Leticia Palma (2014).

La variedad temática de las obras muestra la riqueza de pensamiento y criterio sobre lo que nos ocurre y circunda.

Las obras mostradas, lejos de limitarse a marcos geográficos específicos, se plantean desde sus propuestas temáticas y elementos formales como un punto de partida para la relectura de cada pieza.

Las obras de la colección de la Fundación Ortiz Gurdian son apenas una muestra del sentir local, regional y del mundo, un latir inagotable que se siente y se muestra desde la multiplicidad de artistas y visiones que son la trama y la urdimbre del sentir humano desde el arte, y que nos ubica como espectadores y sujetos de los momentos en que, como humanidad, transitamos.

Etiquetas: Arte / Fundación Ortiz Gurdián

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