Las economías con menor infraestructura bancaria deben apostar por modelos de «salto tecnológico», mientras que aquellas con banca establecida deben priorizar la interoperabilidad.
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Por Jaime García, INCAE Business School
En la economía del conocimiento, la competitividad ha dejado de ser una batalla de costos para convertirse en una cuestión de visión estratégica y capacidad de transformación. Para América Latina, el sistema financiero digital es el habilitador crítico para escapar de la «trampa de renta media» y acelerar el salto hacia estadios de madurez competitiva superior.
¿Cómo estamos en América Latina?
El diagnóstico más reciente del Banco Mundial, a través del Global Findex 2025, revela un escenario de contrastes. Si bien la región ha logrado un avance notable alcanzando un 69,7% de adultos con cuentas financieras en 2024, un salto significativo desde el 39,5% de 2011, aún permanecemos rezagados frente al estándar global del 78,7%. Sin embargo, el dato más revelador es nuestra adopción de cuentas de dinero móvil: un impresionante 37,3% en Latinoamérica frente a un escaso 8,4% en Europa y apenas un 15,3% a nivel mundial. Esto sugiere que la región está utilizando tecnologías de salto para compensar déficits de infraestructura bancaria tradicional, aunque todavía nos faltan 9 puntos porcentuales para alcanzar la frontera global de inclusión.
Esta realidad financiera de contrastes refleja muy bien el contexto regional. Con un Ingreso Nacional Bruto per cápita de US$9.651 frente a los más de US$29.000 de Europa y Asia Central y el promedio mundial de US$13.179,4, aunado a las tendencias en otros indicadores como el Índice de Progreso Social, el Índice de Desarrollo Humano, o la productividad total de los factores se evidencia que el crecimiento basado en la simple acumulación de factores se ha agotado para América Latina, es decir, estamos atrapados en la trampa de la renta media. Para poder salir de esta trampa se requieren mejores instituciones, mejor capital humano, mejor uso de los recursos humanos, y acceso a tecnología e infraestructura para moverse a una economía intensiva en el conocimiento o valor agregado.
En ese sentido y de acuerdo a los datos, es relevante considerar que la brecha digital actúa como un techo de cristal para esta transformación o ruta de escape de la trampa de la renta media. Pues aunque la penetración de telefonía móvil es alta con 88,7%, la tenencia de smartphones, la puerta de entrada a servicios financieros sofisticados, se sitúa en un 69,8%, ligeramente por encima del promedio global de 68,3%, pero marcando una desventaja crítica de casi 13 puntos porcentuales respecto a Europa. Más preocupante aún es que esta brecha se acentúa en los segmentos más vulnerables de América Latina, donde solo el 61.1% de los adultos en el 40% más pobre de hogares tienen smartphones comparado con el 78,4% en Europa; lo que indica que la inclusión digital en la región es menos equitativa y limita la capacidad de los sectores de bajos ingresos para integrarse plenamente a la economía digital.
Así el desafío central ya no es solo de acceso, sino de comportamiento y profundidad. Existe una disparidad alarmante entre la adopción transaccional y la sofisticación financiera, ya que a pesar de que el 37,3% posee cuentas de dinero móvil, solo el 19% las utiliza para ahorrar. De manera que tenemos una herramienta potente subutilizada, con más de 80 millones de adultos que, teniendo la tecnología, no desarrollan conductas de construcción patrimonial. A diferencia de Europa, que integra capas digitales sobre una banca madura donde el 75,3% tiene cuentas bancarias tradicionales (similar al promedio mundial), América Latina debe convertir su agilidad transaccional en verdadera profundidad financiera. La paradoja es clara, tenemos mayor adopción de dinero móvil que el promedio mundial, pero menor capacidad de convertir esa infraestructura en ahorro e inversión productiva.
Desarrollar competitividad pensando en el futuro
Para salir de este estancamiento se requieren rutas diferenciadas. Las economías con menor infraestructura bancaria deben apostar por modelos de «salto tecnológico», mientras que aquellas con banca establecida deben priorizar la interoperabilidad. El imperativo común es transformar las cuentas transaccionales en instrumentos de capitalización, con la meta de duplicar el ahorro formal en los próximos siete años. Además, la digitalización de los pagos, que hoy alcanza un 42,5%, debe acelerarse para generar los datos necesarios que permitan nuevos modelos de scoring crediticio y formalización económica.
Lo que distingue a las economías avanzadas no es solo que más personas tengan acceso a cuentas bancarias (el promedio mundial de 78,7% ha crecido desde 50,6% en 2011) sino que estas cuentas generan comportamientos patrimoniales sostenibles. América Latina comparte con otras regiones emergentes la paradoja de tener herramientas digitales sin traducirlas en construcción de capital, pero nuestra ventana de oportunidad demográfica y tecnológica es más estrecha, y el costo de no actuar hoy se multiplica exponencialmente ante una economía digital que también crece exponencialmente hacia el futuro.
Finalmente, el liderazgo prospectivo que la región necesita debe diseñar la hoja de ruta del futuro pensando en no seguir el business as usual, sino en desarrollar nuestras ventajas competitivas para los negocios del futuro. Así, nuestra «desventaja» en sucursales físicas es una oportunidad para liderar con arquitecturas 100% móviles. En otras palabras, la competitividad futura de América Latina no dependerá de cuánto dinero tiene hoy, sino de la eficiencia con la que lo digitaliza, circula y, sobre todo, lo invierte pensando en los modelos económicos exitosos de los próximos años. En esta carrera contra el tiempo, tenemos la velocidad de adopción, pero nos urge construir la profundidad institucional y cultural para que la tecnología se traduzca en prosperidad sostenible y progreso social en el futuro próximo.
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