En un entorno cada vez más saturado de información y velocidad, la verdadera ventaja competitiva para personas, empresas, líderes y marcas es la capacidad de conectar.
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Gabriela Suárez, Vicepresidenta de Allison Latam
Una historia contada desde la verdad tiene el poder de abrir puertas que parecían cerradas. Una pausa bien colocada, un gesto sincero, una mirada que sostiene sin imponerse. En un entorno cada vez más saturado de información y velocidad, la verdadera ventaja competitiva para personas, empresas, líderes y marcas es la capacidad de conectar. Y no hablo de conectar redes. Hablo de conectar corazones.
He dedicado mi vida profesional a trabajar en el mundo de la comunicación, pero más allá de las herramientas, los discursos y las estructuras, me mueve la posibilidad de acompañar a las personas a descubrir que cada una tiene algo valioso que decir, y una forma única de hacerlo. Comunicar no es repetir ideas o memorizar frases bien diseñadas. Comunicar es habitar lo que sentimos, comprender lo que otros sienten y tener el coraje de tender un puente entre ambos mundos. Comunicar con empatía es, en esencia, transformar.
Pocas cosas resultan tan impactantes como ese primer instante en que nos encontramos con alguien. El cerebro humano está diseñado para emitir juicios veloces: en apenas unos segundos decidimos si confiamos o no, si esa persona nos inspira o nos repele. Lo interesante es que no se trata de las palabras. Se trata de lo que transmitimos desde nuestro lenguaje no verbal, desde nuestras emociones más auténticas. Por eso, cuando un vocero o una vocera sube a un escenario, empieza a comunicar mucho antes de decir la primera palabra. Y eso es una gran responsabilidad, pero también una enorme oportunidad.
En los talleres de oratoria y vocería que desarrollamos en Allison, lo que más emociona no es ver a alguien repitiendo un discurso sin errores. Lo que realmente conmueve es cuando esa persona logra conectar con su historia personal, con su sello propio, con lo que la hace única. En el fondo, cada uno de nosotros lleva en sí un relato que merece ser contado. Lo importante es encontrar la forma, el momento y, sobre todo, la intención con la que lo compartimos.
Una de las lecciones más profundas que he aprendido es que no siempre vemos lo que está en el corazón de los demás. Muchas veces, detrás de una presentación impecable, hay una historia de lucha. Detrás de una sonrisa profesional, hay nervios. Detrás de un silencio en una reunión, hay alguien que teme no ser escuchado. Y es precisamente ahí donde la empatía hace toda la diferencia. Cuando somos capaces de mirar más allá de lo evidente, de abrir un espacio para escuchar, para hacer preguntas sin juicio, para validar la emoción del otro, la comunicación deja de ser transacción y se convierte en transformación.
No hay liderazgo posible sin una comunicación consciente. Y no hay comunicación efectiva sin empatía. Pero empatía no significa endulzar los mensajes ni evitar los temas difíciles. Significa entender cómo decir lo necesario de una forma que el otro pueda recibir. Significa elegir las palabras con respeto, observar las reacciones, ajustar el tono, leer el ambiente. Es ejecutar, sí, pero ejecutar con humanidad.
Me encanta la oratoria como herramienta, pero me apasiona aún más como excusa para despertar confianza en las personas. No existe un solo estilo correcto de comunicar. Existen tantos como voces en el mundo. Lo importante es reconocer nuestras propias fortalezas. Hay quienes son naturalmente cálidos, quienes dominan el humor, quienes tienen una voz pausada que transmite calma. En nuestros talleres insistimos mucho en esto: no se trata de imitar, sino de potenciar lo que ya vive en ti.
También me gusta recordar que el proceso es siempre recíproco. Cada vez que acompaño a alguien en su camino comunicativo, aprendo algo nuevo. He sido testigo de momentos en los que un ejecutivo redescubre la pasión por su propósito. De jóvenes que descubren que su historia importa. De líderes que deciden exponerse no para ser aplaudidos, sino para ser comprendidos. La comunicación empática no se enseña desde la cima. Se vive desde el intercambio horizontal, desde el aprendizaje continuo, desde el reconocimiento de que todos sin importar nuestra posición seguimos aprendiendo.
Muchos de los equipos que hemos acompañado nos buscan porque quieren mejorar su impacto, lograr mayor claridad o fortalecer su reputación. Pero con el tiempo descubren algo aún más valioso: que al hablar con autenticidad, empiezan a escuchar mejor. Que al compartir su visión con emoción, movilizan a otros. Que al conectar con sus propias historias, también permiten que otros se conecten.
Hoy más que nunca, las organizaciones necesitan voces humanas. Personas capaces de sostener una conversación difícil sin perder la calma. Voceros que entiendan que la confianza no se exige, se gana. Líderes que no tienen miedo de decir “no lo sé, pero lo investigaré contigo”. Marcas que se atreven a mostrar su proceso, no solo su resultado. Porque al final, las personas no buscan empresas perfectas: buscan relaciones genuinas.
En el mundo corporativo, en las salas de juntas, en los foros, en los videos, en las redes sociales: comunicar con empatía es recordar que del otro lado hay alguien que siente. Es resistir la tentación de convertirnos en emisores mecánicos. Es tener presente que cada palabra, cada gesto y cada silencio puede generar impacto, para bien o para mal.
No hay script que sustituya el poder de una historia bien contada. Y no hay herramienta más poderosa que una voz que se atreve a ser vulnerable, sin dejar de ser firme. Desde esa autenticidad, desde esa humanidad, es donde nace la verdadera conexión.
Por eso, cuando te toque hablar, ya sea frente a tu equipo, frente a un medio, frente a tu comunidad o incluso frente a una sola persona, no pienses solo en lo que quieres decir. Piensa en cómo quieres que se sienta quien te escuche. Piensa en qué memoria emocional quieres dejar. Piensa en cómo tu historia, dicha con verdad, puede cambiarlo todo.
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