Es un apasionado por la aventura, los deportes de resistencia y las experiencias en condiciones extremas.
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Por Milagros Sánchez Pinell
A los 25 años, Eduardo Hernández Kalifa se prepara para enfrentar la montaña más imponente del planeta y quiere convertirse en el panameño más joven en alcanzar la cima del Everest en 2027.
Su proyecto, con el que busca demostrar que la mente humana puede llegar tan alto como sus sueños, comprende una travesía de varias etapas que recorre los picos más desafiantes del mundo antes de llegar al techo del planeta.
“Para mí es una enseñanza a mí mismo de lo que soy capaz, de lo que podemos ser capaces como humanos. Si dudas de ti y de tus cualidades, perdiste. Trabaja en lo que sueñas y verás cambios y resultados. Lo más importante es intentarlo. Date la oportunidad de ver qué pasa”, afirma.
Cotopaxi, Chimborazo y la montaña Iliniza Sur en Ecuador, Kilimanjaro en Tanzania, Aconcagua en Argentina y finalmente el Everest en Nepal serán las escaladas que marcarán su ruta hacia una meta que trasciende lo deportivo y se convierte en un viaje interior.
“Uno de los pilares más importantes y retadores en montañas de esta altitud es la aclimatación. La importancia de subir estas otras montañas como preparación es clave para ver cómo reacciona mi cuerpo ante cierta altitud”, explica sobre la ruta que se ha planteado.
Nuestro roaring 20, graduado en Negocios Internacionales en Monterrey, Nuevo León, México, señala que quiere documentar cada fase para inspirar a otros a creer en su potencial y recordar que las metas más grandes nunca son fáciles, pero siempre posibles.
“Quiero que entiendan lo que conlleva estar allá arriba. Hay todo un proceso detrás de las cumbres. Las cosas que realmente valen la pena son difíciles de conseguir”, dice.
Días de aventuras y noches de insomnio
Su historia comenzó lejos del Himalaya, en una familia panameña-mexicana formada por su padre Ulises Hernández, su madre Gabriela Kalifa y sus hermanos Emilio y Marian.
De su infancia recuerda las noches en que el sueño tardaba en llegar porque su mente se llenaba de ideas, palabras y significados que buscaba en internet o anotaba para el día siguiente, aunque cada respuesta solo despertaba nuevas preguntas.
Su conexión con la naturaleza nació gracias al espíritu aventurero de sus padres, quienes lo llevaron e impulsaron a probar varias cosas desde muy pequeño.
“Desde mi niñez practico deporte, pero fue hasta los 17 años, durante una visita a una montaña que fui con mi mamá que encontré mi pasión y decidí practicar deportes de aventura. La montaña me da paz y me deja pensar, mientras me hace concentrarme en una sola cosa que es caminar y caminar”, relata.
Entre 2017 y 2025, Eduardo asegura haber escalado más de trescientas montañas en Panamá, México, Estados Unidos y Nepal, donde cada ascenso ha sido una lección sobre paciencia, resistencia y humildad.
“La paciencia lo es todo. Tu mente tiene que entrar en un estado de calma y sin pensar cuánto falta, sino estar presente y agradecido de dónde estás y por qué estás ahí”, reflexiona.
Esa filosofía lo acompaña en cada expedición y también en la vida cotidiana, donde la constancia pesa más que la fuerza.
Entre todas sus experiencias, admite que hay dos momentos que marcaron un antes y un después, la expedición al campamento base del Everest que duró 16 días y el ascenso al Pico de Orizaba en México.
En Nepal comprendió que los límites, más que la altura de las montañas, están en la mente. Allí tuvo la oportunidad de conversar con sherpas que habían subido el Everest hasta 17 veces y descubrió que la grandeza está en la constancia y en el creer que es posible.
Además, añade que al ver a otros cumplir sus sueños sintió el deseo de alcanzar los suyos, un pensamiento que encendió su impulso.
“Después de ese viaje, fui a México a subir el Pico de Orizaba y lo subí en shorts estando a -12 grados Celsius (sí, en shorts), una experiencia que sugiero evitar. Había entrenado para este momento y me sentía capaz, lo logré. Fui saliendo de mi zona de confort y dándome cuenta de mi fuerza y de lo que soy capaz”, comenta.
Sin embargo, el desafío más extremo que ha enfrentado es la disciplina y la constancia, porque reconoce que el verdadero reto está en impulsarse cada día, incluso cuando el camino parece incierto.
“Esto va más allá de las montañas y los retos extremos. Es levantarte después de caerte, es intentarlo con la creencia de que lo vas a lograr sin tener certeza de ello”, expresa.
Sobre cómo enfrenta el miedo, el cansancio o la incertidumbre, explica que lo mejor es mantener la calma y saber reaccionar ante ciertas situaciones. Para él, lo más importante es llegar con vida a casa más que a la cima.
Más allá de la cumbre
Por otro lado, cada expedición requiere recursos, planificación y una mente estratégica, aspectos que el joven aventurero asume con la misma disciplina que dedica al entrenamiento físico.
Afirma que su formación en Negocios Internacionales con enfoque en logística le brinda las herramientas para manejar con claridad cada detalle de su proyecto, desde la gestión de recursos hasta la relación con las marcas que lo acompañan.
“Panamá es un país donde damos mucho apoyo cuando alguien busca cumplir una meta. Hay orgullo. Me han invitado a la televisión, radio, entrevistas, desde un inicio para temas de exposición, lo cual me ayudó bastante para conectar con marcas”, dice.
Asegura que en esta etapa de su vida ha decidido concentrar toda su energía en hacer posible el Proyecto Everest, dedicándole el 100% de su tiempo para hacerlo posible.
Su entorno cercano ha sido clave en su recorrido. La confianza de su familia y el aliento de sus amigos le dan fuerza para continuar y mantener la mirada en la meta, recordándole el valor de rodearse de personas que impulsan y acompañan.
Cuando imagina el momento de alcanzar la cima del Everest, Eduardo sonríe y anticipa sentir una mezcla de gratitud y emoción. Entre risas admite que quizás hasta un par de lágrimas se escapen como símbolo de todo el esfuerzo, la fe y la constancia que lo han llevado hasta allí.
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