La felicidad está en decidir bien. En elegir lo que nos hace más humanos, más plenos, más conscientes.
Síganos en Instagram: @revistavidayexito
En los pasillos de las empresas, entre reuniones, hojas de cálculo y métricas de desempeño, se transpira silenciosamente una pregunta que raras veces se formula en voz alta: ¿para qué hacemos todo esto? Detrás del crecimiento, del afán por escalar posiciones o cerrar trimestres exitosos, existe una motivación común y profundamente humana: queremos ser felices.
La felicidad, aunque parezca un tema propio de filósofos o poetas, es también —y especialmente— una cuestión de directivos. Más allá de nuestra vida personal, por las decisiones que tomamos desde la cima influyen directamente en la felicidad de cientos o miles de personas bajo nuestra supervisión.
La felicidad como propósito. Nos educamos, nos formamos, dedicamos años a especializarnos, a entender el mundo, a crecer profesionalmente. ¿Y todo para qué? En el fondo, todo este desarrollo personal y profesional tiene una finalidad: ser felices. La búsqueda de la felicidad es la brújula silenciosa detrás de cada meta que nos planteamos.
Pero aquí viene la primera gran reflexión: la felicidad está lejos de ser algo que se recibe, como un regalo externo, o algo que se compra en una tienda. La felicidad se construye, se cultiva, y lo más importante: se elige, se decide.
Felicidad y naturaleza humana. Existe una verdad profunda que, aunque sencilla, cambia radicalmente la forma en que vivimos y lideramos: la felicidad humana depende de nuestra capacidad de responder a nuestra propia naturaleza. ¿Qué significa esto? Que sólo somos verdaderamente felices cuando somos lo que estamos llamados a ser. Cuando llevamos al acto aquello que potencialmente podemos ser.
Piénselo así: un esfero encuentra su sentido cuando escribe. Una puerta cuando permite el paso. Una mesa cuando sostiene. ¿Y nosotros? Los seres humanos somos los únicos seres conscientes de nuestras propias posibilidades.Tenemos limitaciones, sí; errores, también; pero por encima de todo tenemos una potencia inmensa para transformar la realidad. Para servir, para construir, para amar, para dejar huella.
El poeta encuentra sentido cuando escribe versos que tocan el alma. El maestro, cuando despierta vocaciones. El líder, cuando transforma equipos. Ser felices es, en esencia, realizar aquello para lo que fuimos hechos. Cumplir con nuestra vocación más profunda. Ejercer nuestras capacidades al máximo, con sentido, con propósito. Decidir bien, vivir mejor.
En este contexto, la felicidad se convierte en un ejercicio de voluntad y libertad. La felicidad está en decidir bien. En elegir lo que nos hace más humanos, más plenos, más conscientes. Pero claro, lo verdaderamente humano requiere esfuerzo.
Si pensábamos que la felicidad estaba en el cóctel en la playa, en una vida sin sobresaltos o en una jubilación temprana y ociosa, es momento de repensarlo. Porque la verdadera alegría jamás está en el confort pasivo, en el desafío activo.
Las cosas que más nos llenan de orgullo son aquellas que logramos con esfuerzo. Piense en sus grandes momentos de satisfacción: un proyecto exitoso, una crisis superada, una persona que creció bajo su guía, un impacto tangible en la vida de otros. Lo que da valor a esos logros es el proceso, el sudor invertido, la pasión con la que se vivieron.
El liderazgo con propósito. Como directivos, tenemos una enorme responsabilidad: generar valor económico y también sentido humano. En un mundo que constantemente nos empuja hacia la eficiencia, la rapidez y el resultado inmediato, tenemos la oportunidad —y el deber— de ser líderes que ponen la felicidad humana en el centro.
Reconciliarnos con el hecho de que el trabajo está lejos de ser una condena, en su lugar una oportunidad. Que nuestro trabajo tenga un mayor impacto, mayor propósito, mayor capacidad de servicio.
La cultura organizacional que promovamos debe nutrirse de esta visión. ¿Cómo? Con políticas que valoren la calidad humana. Con espacios donde el desarrollo personal tenga tanto peso como el profesional. Con estructuras que favorezcan la colaboración, la autonomía responsable y el crecimiento con sentido.
La felicidad depende de vivir con pasión y entrega, de construir algo que valga la pena, de sentir que nuestros días tienen sentido. La grandeza, en el fondo, se mide por el impacto que dejamos.
Para terminar…
Invito a cada directivo que lea estas líneas a hacerse estas preguntas: ¿Mi trabajo está alineado con lo que me hace más y mejor humano? ¿Estoy ayudando a otros a vivir esa misma experiencia?
Porque, al final, la verdadera felicidad es saber que lo dimos todo por ser quienes estábamos llamados a ser, y haber dejado el mundo un poco mejor de lo que lo encontramos.
Fuente: ALEJANDRO MORENO-SALAMANCA
Profesor en IESE Business School.
Exdirector General de INALDE y Profesor Visitante
- Parrillas se convierten en las favoritas de las reuniones de esta temporada - 23 diciembre, 2025
- Johnson Controls celebra 10 años de su Centro Global de Excelencia en Costa Rica - 23 diciembre, 2025
- El futuro de la construcción en Centroamérica está en medir y automatizar la energía - 23 diciembre, 2025

