• 6 octubre, 2025

En toda circunstancia descansemos en Él

En toda circunstancia descansemos en Él

Entre la tristeza por la partida de Bere y la esperanza que trae el nacimiento de Bowen, la autora—evocando a su hermano Carlos—afirma que la verdadera paz llega cuando, en toda circunstancia, descansamos en los brazos de Dios (Sal 91:2).

Por Karla Icaza, Vicepresidenta Ejecutiva Gobierno Corporativo de Grupo Promerica.

El pasado fin de semana recibí una noticia que, desde lo humano, me llenó de tristeza. Sin embargo, mi fe me permite ver la muerte desde una perspectiva distinta. Bere, una colega que durante años luchó valientemente contra un cáncer agresivo, finalmente encontró descanso en los brazos del Padre. No pude evitar pensar en el profundo dolor de su hijo y de sus padres, quienes la acompañaron con esperanza y fe durante tantos meses, esperando un milagro. Justo en ese instante, mi cuñada Bea me envió una foto de mi hermano Carlos cargando a su quinto nieto recién nacido, Bowen Tyler. Al ver la imagen, no pude contenerme y las lágrimas comenzaron a rodar.

Karla Icaza, Vicepresidenta Ejecutiva de Gobierno Corporativo de Grupo Promerica.

Al ver a mi sobrino nieto descansar con tanta paz en brazos de mi hermano se vinieron a mi mente pensamientos sobre cómo es tan difícil para nosotros tener paz en medio de las adversidades. Nos olvidamos de Quién es El que nos sostiene en todo momento.

Carlos nació apenas un año y tres meses después que yo. Desde pequeño fue travieso, muy distinto a mí, que era más tranquila y no causaba problemas. Mis hermanos y yo tenemos un sinfín de anécdotas de Carlos; incluso mis mejores amigas de la infancia y la adolescencia lo recuerdan bien, ya que disfrutaba quitarles los zapatos y lanzarlos al techo de la casa. Nunca perdía oportunidad para molestarnos mientras jugábamos. A veces era tanta la insistencia que mis amigas y yo nos subíamos a un árbol de chilamate que había en el jardín buscando un poco de paz ya que Carlos, como era gordito, no lograba subirse al árbol.

Atesoro muchos recuerdos de los breves años que compartimos bajo el mismo techo, antes de que nuestros padres se divorciaran y cada uno siguiera su camino. Yo tocaba guitarra clásica y Carlos tocaba la guitarra y cantaba. Cuando nuestros padres organizaban fiestas en casa, Carlos era el primero en ofrecerse para tocar y cantar frente a los amigos de ellos; yo, en cambio, me escapaba de “morir” cada vez que mi papá me pedía que tocara en frente de sus amistades. De vez en cuando reunía valor y cantábamos juntos.

Coincidí con Carlos algunas veces en Estados Unidos, donde ambos vivimos pero en ciudades diferentes. De hecho, creo que el periodo más largo que compartí con él desde la infancia fue cuando recibí quimioterapia en New Orleans: fueron cinco meses en los que me visitaba casi a diario. Es un excelente cocinero y me llevaba unos garbanzos deliciosos, me sacaba a pasear y me llamaba cada día para saber cómo me sentía. Fue el primero que se rapó la cabeza cuando le mandé un mensaje llorando, contándole que se me había caído el primer mechón de cabello después del segundo “round” de quimio. Cada encuentro con él era motivo de alegría, siempre tenía alguna ocurrencia que me hacía reír.

Pero volviendo al propósito de esta columna: así como Bowen Tyler descansa plácidamente en los brazos de su “Lelo”, como cariñosamente le dicen sus nietos, nosotros también estamos llamados a descansar en los brazos de nuestro Padre celestial, en cada circunstancia y en todo momento. Es en Sus Brazos donde encontramos paz, consuelo, esperanza, y, sobre todo, amor.

Yo digo al Señor: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío». Salmo 91:2.

Etiquetas: conecta2 / Dios / Enseñanza / Karla Icaza

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