Combina el rigor hospitalario con una vocación docente enfocada en transformar la enseñanza médica desde el ejemplo.
Por Milagros Sánchez Pinell
Su vocación se ha forjado en el hospital, en el aula y en el esfuerzo personal de cruzar metas. Actualmente lidera, desde Guatemala, la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Istmo y el Hospital Esperanza como director médico.
En ambos ámbitos, su labor combina liderazgo institucional y vocación docente, con el objetivo de construir entornos de salud más sólidos y humanos.
Es hijo de una familia con raíces en Chiquimula y Suchitepéquez que creció en fincas bananeras, donde vivió una infancia feliz. Más adelante, su familia se trasladó a la capital guatemalteca, donde completó sus estudios escolares en un colegio privado.
Sin una vocación definida, relata que llegó a la universidad con dos solicitudes bajo el brazo. Una para ingeniería, como su hermano, y otra para medicina. Eligió esta última casi por intuición.
En cuarto año, ya en el hospital, sintió que ese era su lugar. Aunque le atraían varias especialidades, afirma que el ejemplo humano de un médico pediatra fue lo que terminó de guiar su camino.
Su residencia la hizo en el Hospital Roosevelt, donde también se había formado como estudiante. Durante esa etapa, comenta que conoció a una persona que, sin saberlo, transformó su manera de ver la profesión.
“Desde entonces entendí que, más allá de las habilidades clínicas, lo esencial es cómo tratamos a las personas. Esa experiencia marcó mi manera de ejercer la medicina”, admite.
Uno de los recuerdos que guarda con más aprecio es el caso de un paciente adolescente cuyo diagnóstico nunca lograron establecer. El joven falleció, y esa pérdida lo hizo comprender la profundidad del vínculo médico-paciente.
Repetir la residencia en el extranjero fue otro paso clave. Pese a la barrera del idioma, aprendió observando de cerca cada procedimiento.
Más adelante completó una subespecialidad en enfermedades infecciosas y atención hospitalaria, y trabajó varios años en educación médica en la Universidad de Nevada, Las Vegas, Estados Unidos.
Al regresar a su país Guatemala en 2023 asumió la dirección médica de un hospital y luego, con la invitación de la vicerrectora académica, doctora María Ángeles Chesa, se integró a la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Istmo, donde asumió la decanatura.
Formar médicos, afirma, implica transmitir una visión clara, trabajar en equipo y sostener cada etapa con valores. Para él, se trata de una responsabilidad que va más allá de enseñar contenidos. Busca guiar a profesionales con vocación de servicio, liderazgo humano y comprensión profunda de su comunidad.
“Hablamos de competencias, y estas combinan conocimiento, actitud y experiencia. El conocimiento puede enseñarse, pero la actitud se cultiva con el ejemplo y la experiencia se construye con cada paciente”, aclara.
Esa es la filosofía que aplica como decano de la Facultad de Ciencias de la Salud. Su visión busca que los estudiantes aprendan medicina, pero sobre todo que la vivan con sentido.
Por eso, considera fundamental acompañar a los estudiantes desde el primer día, ayudarlos a descubrir su potencial y brindarles las herramientas necesarias para que crezcan con compromiso y sentido humano.
Entre el hospital y la facultad
Desde el rol clínico, su experiencia también ha sido transformadora. Ser director médico en el Hospital Esperanza ha representado uno de los desafíos más enriquecedores de su carrera.
“Superviso el proceso completo de atención médica, desde la admisión hasta el egreso del paciente. Me aseguro de que cada parte funcione con enfoque en el bienestar del paciente y que el equipo médico esté alineado en ese propósito”, detalla.
Además de velar por la calidad asistencial, ha impulsado mejoras en infraestructura, capacitación del personal y fortalecimiento institucional.
Aunque se trata de un cargo distinto al académico, afirma que ambos se complementan porque “uno me conecta con la práctica directa y el otro con la formación del futuro”.
Está convencido de que la sinergia entre la práctica clínica y la formación académica es esencial para una educación médica integral.
“Como facultad de ciencias de la salud, necesitamos alianzas sólidas con hospitales, ya que los estudiantes deben formarse en entornos clínicos reales”, señala.
Aunque aún carecen de un hospital universitario propio, reconoce que eso es lo que aspiran en el futuro.
“Un espacio así permitiría alinear completamente la formación médica con nuestra misión, visión y valores, asegurando coherencia y calidad”, indica.
Y mientras ese objetivo se materializa, valora la alianza con el Hospital Esperanza como una oportunidad que beneficia tanto a los estudiantes como a la institución. Considera que es un modelo exitoso en otros países y que Guatemala tiene el reto de consolidarlo.
Propósito, familia y tiempo
Su mayor proyecto es ver consolidada la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Istmo y acompañar a la primera generación de médicos y enfermeros formados en la universidad hasta su graduación. Ese compromiso, asegura, es el que más lo inspira.
Con el paso del tiempo, también ha aprendido a valorar otras formas de crecimiento. En su juventud jugaba fútbol y luego encontró en la pesca un espacio para reflexionar.
Tras un periodo de descuido personal, replanteó su estilo de vida. Empezó a correr, completó varias medias maratones y se lanzó al triatlón.
“Mi primer Ironman lo hice en Cozumel sin la preparación ideal, pero con determinación”, recuerda.
Hoy entrena con menor frecuencia, pero conserva intacta la disciplina. Esa experiencia, dice, le dejó una lección que va más allá del deporte. Cuerpo y mente pueden adaptarse a casi todo.
Por otro lado, valora profundamente el tiempo con su esposa y sus nietos. Cada mañana se levanta antes de las cuatro para ordenar ideas y comenzar el día con intención.
“Aprendí que la vida a veces puede ser incómoda, pero es profundamente valiosa cuando se vive con intención. Detrás del miedo muchas veces está lo que realmente vale la pena”, reflexiona.
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